sábado, 6 de agosto de 2016

La gloriosa Transfiguración del Señor (6 de agosto)



La gloriosa Transfiguración del Señor.

En este día celebra la santa Iglesia el misterio altísimo y regaladísimo de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Había avisado el Salvador a sus discípulos que padecería mucho en Jerusalén de los escribas y príncipes de los sacerdotes, y que moriría en sus manes y que después de muerto había de resucitar. Y para que cuando le viesen morir no se escandalizasen y entendiesen que era Señor de la vida y de la muerte, quiso el divino Redentor transfigurarse y darles un breve gusto de su gloria y una como muestra de la bienaventuranza que habían de alcanzar. Para esto tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan su hermano, los cuales habían de presenciar más de cerca los dolores de su pasión, y los llevó al monte Tabor. Habiéndose puesto allí en oración, se transfiguró delante de aquellos discípulos, y vieron su rostro resplandeciente y glorioso, y todo el cuerpo más claro que el mismo sol, y sus vestiduras más blancas que la nieve. Vieron juntamente a Moisés y a Elías que estaban a sus lados y le tenían en medio, hablando con El de la pasión y muerte que para cumplir las profecías había de padecer en Jerusalén. Y al haberse el Salvador mostrado glorioso con aquella nueva claridad en el monte, llaman los evangelistas transfigurarse, porque aunque no tomó otra forma ni figura, pero alteró la que antes tenía, dándole aquel nuevo resplandor y maravillosa claridad. Al tiempo que Moisés y Elías partían y se despedían de Cristo, dice el evangelista san Lucas que san Pedro, como más fervoroso y que con más disgusto oía hablar de la pasión y muerte de su maestro, le dijo: Señor, bien estamos aquí: hagamos en este monte tres moradas: una para vos, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía: porque se contentaba con sólo aquella vista de la gloria del cuerpo del Señor, y la tenía por suma bienaventuranza, no siendo más que una gota de aquel río que alegra la ciudad de Dios y un pequeño reflejo de aquella gloria que hace bienaventurados a los moradores del cielo. Mientras estaba hablando san Pedro, súbitamente vino una nube del cielo clara y resplandeciente, que hizo sombra al Señor, y sonó en ella una voz que dijo: Este es mi Hijo muy amado, en el cual siempre me he agradado; oídle a El. Y al sonar esta voz magnífica y testimonio divino del Padre Eterno, los apóstoles, despavoridos y llenos de temor y estupor, cayeron sobre sus rostros en tierra quedando fuera de sí y como muertos; mas entonces el Salvador se llegó a ellos y los tocó con la mano y les dijo que se levantasen y no temiesen; y bajando después del monte les mandó que no descubriesen ni dijesen a nadie lo que habían visto hasta que El hubiese resucitado; y así lo callaron los apóstoles, como dice San Lucas, hasta que el Señor hubo resucitado de entre los muertos. 


Reflexión: 

Siendo la gloria de Cristo el galardón de nuestras buenas obras y padecimientos, vivamos en este valle de lágrimas de tal suerte que merezcamos verle en el monte alto del cielo, no transfigurado, como lo vieron los tres apóstoles en el monte Tabor, sino como El es, y como es glorificador y remunerador de todos sus escogidos, donde como se dice en la Escritura, no hay llantos ni gemidos ni dolores, ni trabajo alguno, sino que todo es júbilo y gloria y felicidad cumplida y eterna.


Oración: 

Oh Dios que en la gloriosa Transfiguración de tu unigénito Hijo con la autoridad de los profetas confirmaste los ocultos misterios de la fe, y con la voz salida de una resplandeciente nube, admirablemente nos diste a conocer la perfecta adopción de hijos; concédenos la gracia de ser coherederos del Rey de la gloria y la participación de su misma bienaventuranza. Por Jesucristo, tu mismo Hijo y nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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